miércoles, 17 de abril de 2013

AMOR



María hacía dos años que padecía Alzheimer, vivía junto a su marido enfermo del hígado, entre otros males, y con su nieto pequeño de 6 años.

Era un 25 de Enero del 2013 de hace 4 años, cuando la hija de María y de Antonio, junto a su marido, sufrieron un terrible accidente de tráfico donde encontraron la muerte. Lejos de dejar al pequeño Nicolás al servicicio de la Asistenta Social del pueblo, la cual quería entregar en adopción al pequeño, los abuelos maternos se quisieron hacer responsables de su custodia.

Lucharon mucho para conseguirla, pero ahora ya estaba con ellos.

Por aquel entonces María no padecía Alzheimer, ni siquiera tenia pequeños síntomas de ello y Antonio, no es que estuviera hecho un chaval, pero se defendía bien en la vida cotidiana.

Pues bien, Nicolás, con tan sólo 2 añitos pasó a estar al cargo de sus abuelos.

Al año de que Nicolás estuviera al cargo de sus abuelos, a Antonio le diagnosticaron una grave enfermedad del hígado que, bueno, podía ir paliándola con visitas sucesivas a los médicos y con una medicación bastante fuerte de manera crónica. Pero cuando ya parecía que no iba a pasar nada más, María empezaba a encontrarse algo rara, tenia leves pérdidas de memoria, y cada vez iban a más; fue entonces cuando le diagnosticaron Alzheimer. A Antonio se le hundió el mundo, pero ahora le tocaba ser el fuerte, ya que no podían depender de nadie más, porque no tenían a nadie, y porque no quería que los Servicios sociales se llevaran al pequeño, que era el que daba la alegría a la casa y en definitiva era ,su pequeño, era la viva imagen de su hija.

Antonio se miraba al espejo y se entristecía, con tan solo 54 años, parecía que tenía 64, ya no era el hombre que era, esta enfermedad acompañada de una mala circulación que se fue agravando des de su juventud hasta ahora le habían ido quitando las ilusiones de vivir, y la enfermedad, ahora diagnosticada de su mujer, le acababa de hundir. Tan solo su nieto le devolvía la sonrisa, su energía contagiosa, sus risas, su ilusión por la vida, por vivir, todo esto era lo que un ser tan pequeño le transmitía a Antonio.

Ahora volvía a mirarse en el espejo, y por un momento volvió a dejar de esbozar una sonrisa pensando en su nieto, para pensar en su mujer. Y se preguntaba: “ 52 años María, no recuerdas quien eres, lo que vas a hacer, lo que acabas de hacer hace unos segundos, no tienes ganas de arreglarte, no te acuerdas de como cocinar, de como compaginar tus ropas, de donde vienes, ni a donde quieres ir... no te acuerdas ni de lo hermosa que eras ni ves que todavía lo eres” El semblante de Antonio se tornó triste, caían dos lágrimas por sus mejillas y recordaba los años de su juventud, como era él, la energía que tenía ella, lo que le gustaba leer, escribir... ahora ya todo había desaparecido. Incluso su única hija, ya no estaba, ni su yerno. Estaba solo, se encontraba solo, con un niño de seis años y con una mujer de 52 que no recordaba quien era ni quien había sido. Una mujer tan fuerte como ella, ¿ Cómo le podía haber alcanzado una enfermedad tan mala? se preguntaba Antonio; él ya no miraba por si mismo, sino por ellos.

María, quien acostumbraba a estar más con su nieto, ahora no estaba con él, ni le dirigía la palabra.

Se pasaba el día sentada en un sillón, con la mirada perdida a través de la ventana que daba a la montaña del Montseny. Sus cabellos ahora descuidados, sin teñir, dejaban ver el paso de los años. Antonio la observaba des del otro lado del comedor, mientras tenía en sus rodillas al pequeño Nicolás. Había venido del colegio acompañado de una de las madres que llevaba a su hijo al mismo colegio, y les hacía el favor de llevarlo y recogerlo cada día, ya que Antonio no quería irse del lado de María, aunque hace un par de meses que tenían a una mujer interina que se hacía cargo de la casa y de que todo estuviera en orden. A parte de ayudar a Maria, la mujer ayudaba a Antonio con las cosas administrativas y las cosas de casa. La chica era entendida en cosas administrativas a parte de ser auxiliar de enfermería y asistenta personal.

Nicolás, con seis años ya, se hacía muchas preguntas. Y un día, mientras Antonio le iba a dar la merienda al pequeño, éste, de un salto se subió a las rodillas de su abuelo y le preguntó:



Yayo, ¿algún día vendrán mi papá y mi mamá? Porque todos los niños del colegio dibujan a sus padres y yo no se dibujarlos y me preguntan por mi papi y por mi mami.

Antonio, atónito ante la pregunta, le respondió:

Tu papá y tú mamá son dos ángeles que están en el cielo cariño. Y aguantándose las lágrimas, apartó la mirada del niño, para dirigirla al suelo.

Y la yaya ¿ Por qué no juega conmigo? ¿ Por qué no viene a acostarme ?¿ Por qué no me habla? ¿ No me quiere la yaya?¿ Tú si me quieres verdad yayo?¿ Sólo me quieres tú?

A Antonio, ahora si que se le escaparon unas lágrimas, pero en seguida se las intentó limpiar para que su nieto no las viera. No sabía que responderle, él no era el único que lo quería, su abuela le quería y claro que le gustaría hablarle ,pero no podía, ¿Cómo le explicaría esto al pequeño?. En ese momento sentía una opresión tan grande en el corazón.. una pena... y se pregumtaba: por que se encontraban ellos en esta situación, por qué no podía haber ido todo bien, por qué el 25 de Enero del 2013, se produjo aquel fatídico accidente que le arrebataría a una de las personas que más quería en este mundo, su hija, dejándole a un niño de tan solo 2 años a su cargo y que era su viva imagen y que con el tiempo se haría estas preguntas y muchas más. Sentía pena por la vida del pequeño en aquellos momentos, por aquellas preguntas sin posibles respuestas satisfactorias, por las posibles preguntas sin respuestas adecuadas, por una vida llena de faltas. Su abuela lo quería ,pero no podía demostrárselo.

Lo llevaba al colegio la mamá de un compañero de clase, mientras su nieto podía estar disfrutando de su mamá y su papá, y yo un viejo de 64 años, ya lo digo bien, 64 años no 54, que no se encuentra ni en condiciones de hacerse cargo de las cosas de la casa ni de nada.

Mientras Antonio seguía en su mundo de los pensamientos, Nicolás fue corriendo al cajón de la mesita de su abuelo; pero antes, como hacía siempre cuando llegaba del colegio y antes de tomar la merienda, corrió hacia el sillón donde se encontraba su yaya, y con un fuerte abrazo y un gran beso, le dijo:

Yaya, yo te quiero mucho aunque no juegues conmigo ni me hables. Te quiero muchísimo.

Y entonces, Maria, al escuchar estas palabras de su nieto, esbozó una sonrisa mientras entre lágrimas, le decía como por arte de magia:

¡ yo también te quiero pequeño! ¡yo también te quiero!.

Ahora, Nicolás, ya había llegado al cajón de la mesita de su abuelo, y sacó un pañuelo. Y dirigiéndose a su abuelo, y como de una persona mayor se tratase, secó sus lágrimas y le dijo:

Te quiero mucho yayo, mucho, mucho, mucho. Igual que a la yaya. A mis papas, aunque sean ángeles, y no los pueda ver también los quiero mucho.

Y Antonio cogió al pequeño y dirigiéndose hacía donde estaba su mujer se abrazó a los dos llorando.

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